martes, 29 de julio de 2014

Para salir de la corrupción I

- "Es muy difícil ponerse de acuerdo con todos los ciudadanos, es imposible" 
- "Tiene que haber un líder, tiene que empezar de arriba la cosa, un líder que diga qué hacer y que la gente lo cumpla". 
Los comentarios registrados en la encuesta muestran una de las actitudes que adoptamos ante esta clase de problemas. La idea de la propia falta de poder no es inocente y tiene sus ventajas; reafirmar nuestra debilidad nos libera de las responsabilidades, nos permite descargar el problema en otros -el gobierno, los jueces, los empresarios- a quien atribuimos poder y podemos criticar.

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La idea de que hay personas que concentran el mal y que, eliminadas, el mal será eliminado, es atrayente para realizar películas de policías duros, comprender el mundo de un solo vistazo y tener una gran capacidad de acción. Sin embargo, ha costado la vida de millones de personas, y es tan profundamente estúpida como útil para preservar el actual estado de cosas, por dos razones: 1. Oculta que muchas veces, como el Príncipe Bernardo, Richard Nixon o Warren Hastings, los que cometen delitos son personas muy respetadas. Woody Allen en la película Crímenes y pecados muestra este conflicto. 2. Oculta otro aspecto esencial: el funcionamiento de las organizaciones que producen el mal.

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El discurso moral tiene muchos encantos para los políticos, pues los identifica como los buenos, demoniza a sus adversarios y permite que la sociedad se identifique con ellos. A su vez los ciudadanos demonizan a la clase política a la que descalifican.
Sin embargo, esta forma de plantear el problema implica trasladar a la vida civil la intolerancia propia de la guerra. En la guerra, luego de identificar al enemigo, se admite la posibilidad de utilizar casi todos los recursos para destruirlo. El problema es que, dentro de una sociedad, no se puede identificar a un bando enemigo; indefectiblemente habrá víctimas inocentes y victimarios culpables. Los acusadores ocultan sus partes culpables.
Cada uno de los golpes de Estado que sufrimos los argentinos, invocó la lucha moral y la batalla contra la corrupción.
La intolerancia moral estigmatiza a personas y puede llevar a las peores acciones creyendo que estamos justificados. Una vez que nos convencemos que un grupo identificable de personas son las responsables del mal (homosexuales, subversivos, nazis, radicales, peronistas, comunistas o corruptos) introducimos la contradicción amigo/enemigo en los tiempos de paz. Al hacerlo, distorsionamos nuestros objetivos, vamos a castigar a enemigos de quienes sospechamos sin pruebas y a perdonar a amigos que sean culpables que pertenezcan a nuestro bando.
Nuestra ética individual debe guiar nuestra conducta, llevarnos a que rechacemos acciones que desvalorizamos, e incitarnos a la acción pública para modificar el entorno en el que nos movemos, pero esa acción nunca puede consistir en la imposición de nuestra ética a los demás.

Fuente: Extractos del libro:, En defensa propia. Cómo salir de la corrupción.
Luis Moreno Ocampo. Ed Sudamericana. 1993.

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