domingo, 15 de mayo de 2016

Universidad Pública I

El joven de 18 años termina una secundaria que le dio una instrucción raleada y gris, tan pobre que lo deja inerme para trabajar y para estar preparado para estudios superiores: tiene un destino cerrado, deprimente. Si quiere trabajar y no puede, se siente inútil, si quiere estudiar entra a la facultad y no sabe leer textos elaborados, ni escribir sin faltas de ortografía. Pasa de la inutilidad a la vergüenza.
Sin embargo, hay más de un millón de jóvenes en las universidades argentinas. El 90 % en las estatales. Estudian sin pagar aranceles. ¡Esto es el colmo! dicen importantes personajes de nuestra dirigencia bancaria, financiera y adláteres. ¡Hay que bajar el gasto del Estado! ¡Sobran jóvenes en las universidades!
Ésta es una prueba de que la Argentina ha cambiado poco. Los teléfonos ahora funcionan pero los que hablan por ellos no. Se renuevan como las larvas los maestros ciruela de la eficiencia. En un país como el nuestro en el que la mayoría de la juventud está en una deriva no sólo peligrosa sino penosa, el solo hecho de que haya una universidad masiva y con un ingreso accesible tiene ventajas inconmensurables. Y no sólo para los jóvenes. Es una gracia de Dios y no solo del Estado.
La universidad no es sólo una fábrica de profesionales. En la universidad los jóvenes adquieren nuevos modos de sociabilidad que tienen que ver con el estudio, con los problemas del país, pueden tejer lazos de solidaridad, deben realizar tareas que les exigen un método y una disciplina, tienen una relación con el prójimo que en el resto de los espacios sociales a veces no es posible tener dada la situación psicosocial de muchas familias, o porque no es fácil tener amigos ni hablar con un padre ni soñar un futuro con la novia. La disgregación y la soledad del jóven existen, solo mitigadas por el esporádico contacto en los encuentros musicales o por la intensidad de la droga o en el agujero de la depresión.
En la universidad se transmiten una experiencia y un saber. La instrucción no es de primer nivel dadas las condiciones infraestructurales. Cuando la enseñanza es masiva, la calidad se resiente a pesar de que hay una selección por rendimientos como en cualquier otra institución. Pero entrar a una universidad, aun sin claridad sobre sus objetivos, ni sobre la vocación, en un ambiente de estudio aunque se estudie poco, es un acto de resistencia contra la derrota cultural y educativa que transmiten los adultos.


Extraído del libro “Pensamiento Rápido” de Tomás Abraham – Ed. Sudamericana - 2002

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